por Eduardo Bunster ACC  

Quienes practicamos el oficio de la cinematografía vivimos habitualmente en el “hacer”, moviéndonos de un proyecto a otro de manera serial, fabricando imágenes incesantemente ya sea por necesidad o por fascinación. Vivimos un cotidiano incierto y cambiante, pero lo que es constante es el permanente movimiento, que nos mantiene motivadxs y muchas veces le da sentido a nuestro deambular por la vida.

Esta pandemia ha significado para muchxs la detención prolongada de proyectos y planes, enfrentándonos al vacío del “no-hacer”, un estado que si bien nos plantea una serie de dificultades, puede ser también un espacio muy fértil, desde donde emerjan nuevas formas de mirar.

El fotógrafo-místico chileno Sergio Larraín, vagamundo y lúcido cazador de instantes, fue un activo practicante del “no-hacer”, lugar que utilizaba para alimentar su sensibilidad y renovar así su mirada. En sus palabras:

“Hay que preservar un tiempo de descanso para poder renovarse; si le pedimos demasiado a la tierra, se agota. Se desorganiza el ritmo, la respiración; por eso, el silencio, la paz y la soledad son necesarios para estar receptivos a la inspiración y el renacimiento.”

Su fotografía callejera de los años 50s y principios de los 60s se caracterizó por ser un retrato agudo y sensible de la condición humana, muchas veces encontrando sublime belleza en situaciones simples o precarias.

 

 

La calidad de su trabajo le valió ser invitado por Cartier-Bresson a formar parte de la prestigiosa agencia Magnum y a ser exhibido en importantes museos alrededor del mundo, reconocimientos que en vez de volverlo complaciente o soberbio lo hicieron cuestionarse el sentido de su oficio y lo empujaron a desarrollar en el tiempo una ética de trabajo que impactaría en los contenidos y la estética de sus imágenes.

 

 

Sergio manifestaba que el arte debía de ser realizado con gusto y en sintonía con el espacio interior, pues era éste el que se proyectaba en una imagen, al intersectarse con el mundo exterior. Una de sus máximas consistía en fotografiar como si lo viera todo por primera vez:

Una buena fotografía, o cualquier otra manifestación humana, nace de un estado de gracia. Y la gracia nace cuando has logrado liberarte de las convenciones, las obligaciones, la comodidad, la rivalidad, y eres libre como un niño que descubre la realidad.”

 

 

Sus fotografías nunca apelaron a la perfección técnica, consideraba que había que saber controlar esa necesidad de control:

“En nuestro oficio de cazadores de milagros, sentimos la alegría de la magia, pero también la imposibilidad de controlarla. Cuando intentamos tener todo bajo control, el aburrimiento se instala y nos deterioramos. Pero la vida debe seguir; por eso hay que cazar de manera inteligente.”

 

 

El tiempo fue simplificando su oficio y, luego de dejar la agencia Magnum y la contradicción que le causaba el tener que ajustarse a las temáticas que le imponían, transitó hacia una fotografía más esencial, abandonando al humano como sujeto, para enfocarse en detalles cotidianos de la naturaleza y objetos, en fotografías que llamaba “Satoris” (termino zen que alude al espacio de “no-mente”, de presencia total).

 

 

Reflexionando en retrospectiva acerca de su obra diría:

“Mis fotografías sólo hubieran sido un trabajo estético, un trabajo bien hecho, algo puramente bonito, si no hubiera hecho un trabajo interno. La fotografía es más que sólo un trabajo estético. Es una forma de expresión, es el resultado de tu mundo interno en composición con la luz.”

El trabajo interno de Larraín pasaba por el cultivo de la tierra, la pintura, el yoga y la meditación; sus particulares formas de permanecer en contacto con el presente y descansar la mente.

De manera análoga, me parece que esta época de “no-hacer” nos ofrece buenas posibilidades de encontrar espacios de conexión presente y descanso mental, transformándose así en un tiempo de abono e inspiración desde donde aparezcan nuevas formas de mirar, que definan el cine que haremos en el futuro.

 

Todas las imágenes son de carácter ilustrativo para un texto con fines educativos, de divulgación, que busca hacerle honor a las mismas. No hay intención de violar derechos de propiedad al incluirlas.