por Michelle Bossy Nicolai, ACC

Mi primer acercamiento al trabajo de Elisa Eliash fue mientras estudiaba cine en Berlín. Solía llevarme DVD’s desde Chile para ver allá y una de esas películas fue Mami, te amo que es el primer largometraje de Elisa. La vi una y otra vez, fascinada e inspirada con la posibilidad de realizar un cine más libre de reglas, que también permitiera experimentar y jugar con el lenguaje, tal cual lo hacía yo con mis propios videos como una forma de soltarme de la presión académica y hacer el cine que quería hacer. Cuando me llamaron para ofrecerme la dirección de fotografía de Fiebre no lo pensé dos veces. 

Al ser una película familiar me daba esa libertad que andaba buscando, de experimentar con los estilos y las formas. Durante la preproducción tuvimos muchas reuniones creativas junto a Elisa y Nicolás Superby (dirección de arte) en donde compartimos nuestras propias experiencias de infancia,  hablamos de películas, nos mostramos referencias y nos hicimos clases entre todos. Esas reuniones fueron clave porque fue ahí que se fue gestando el concepto general de la película, y siento que ahora, al verla, se reflejan muchas sensaciones de nuestra niñez, como de sentirse cayendo o entrando a nuevos mundos. Narrativamente además nos pusimos el desafío de hacer funcionar la historia mostrando sólo partes del todo, buscando los elementos precisos que dieran a entender el resto de la situación. Los límites del presupuesto y el mismo guión me dieron la oportunidad de jugar y salirme de los márgenes de lo establecido.

Generar una visualidad que consiga engañar al ojo mediante efectos ópticos, distorsión, ilusionismo, perspectiva falsa, cuadro dentro del cuadro.

 

Elisa nos propuso desde el inicio un método de trabajo proveniente de la pedagogía Waldorf para lograr hacer una película «sin bordes», y creo que la plasticidad de Fiebre se debe a ese enfoque, de cómo entendemos el aprendizaje, la vida, si le ponemos límites a las cosas o si simplemente nos dejamos llevar por un embudo de ilusiones. En ese sentido, Elisa tenía muy claro lo que quería en cuanto a la historia se refiere, pero la forma de llevarla a cabo surgía de la propuesta que cada uno hiciera en su área y se trabajaba sobre ello. Dibujamos toda la película, plano a plano, y en el rodaje estos dibujos iban en la hoja de llamado para servirnos de referencia. Sabíamos que esa capacidad de previsualizar la película era la clave del éxito.

 

Utilizamos la Red Epic Dragon por su variedad en cuanto a la velocidad de obturación, que necesitábamos para lograr muchos de los efectos de la película, con una maleta de lentes Leica R que elegí porque quería un aspecto más imperfecto y justamente suave en los bordes. Técnicamente queríamos realizar los efectos en cámara, como por ejemplo cuando había un cambio de mundo, por lo que probamos varias lentillas para deformar la imagen que no me convencían del todo, hasta que probamos con una lupa, de esas escolares, que movíamos manualmente frente al lente y producía un resultado bastante interesante, menos estilizado y acorde a lo que buscábamos.

 

 

La cámara está en mano y contrapicada, sigue la acción con una mirada particular , curiosa y cercana. Está en una constante relación entre tensión y relajo, desenfoque y enfoque.

Sentíamos que por lo general en las películas se muestra mucho a los niños desde arriba, pero aquí queríamos respetar el punto de vista de Nino así que montamos la cámara sobre un easy rig que me permitía estar a su altura y moverme con él. Tuve que entrenar harto físicamente antes del rodaje porque casi toda la película la hicimos con esa configuración. 

La secuencia de la cabaña italiana, en blanco y negro, fue mi favorita de realizar y una de las que mayor presupuesto tenía contemplada. Utilicé harto fresnel puntual para demarcar ciertas zonas. Fue una mezcla entre neorrealismo italiano, El Gabinete del doctor Caligari y La infancia de Iván.

 

 

Por lo general trabajé con muy pocas luces,  filmamos en verano y con el equipo eléctrico hubo que ser creativos: por ejemplo, ocupamos espejos en movimiento tanto para lograr los efectos de brillos y sombras además de  generar los efectos de temblor. También hubo escenas de noche en que tenía sólo una luz, y otras, la gran mayoría,  en que preferimos hacer noche americana para no citar a los niños tan tarde. Esas escenas nocturnas fueron las más difíciles de empatar en la corrección de color, siempre creí que debimos haberlas hecho todas como noche americana, pero me parece que el resultado final funciona.

Creo que finalmente logramos algo bien libre, los tres sobre todo, con Nico, la Elisa  y yo, y por supuesto producido por la Clara Taricco con una sensibilidad única que nos permitió transitar en ese “patio de juegos” que fue el rodaje y terminó siendo la película Fiebre.