por Francisco Osorio
En el mes de junio 2020 la cuenta de Instagram de ACC estuvo bajo la curatoría de Arnaldo Rodríguez ACC (Chile, México), quien realizó su formación en cine en la década de 1990 (aquella generación que vivió el traspaso del mundo análogo al digital). Es una alegría para mí presentarles a Arnaldo, pues me siento como el montajista de sus posteos.
La manera de escribir de Arnaldo es entretenida, te engancha, sabe contar historias, por ejemplo, su experiencia filmando un partido de fútbol:
Nos fuimos con Manu García a la cancha con un engendro configurado por una Sony EX3, un lente zoom con duplicador y un buen cabezal Cartoni. Fueron los últimos partidos como local, Chile-Venezuela (2-2) y Chile-Ecuador (1-0), y la pasión futbolística estaba desatada de la mano de Bielsa. Por un lado, provoca adrenalina la sensación de toma única y, por otro, la certeza de que te estás perdiendo muchas cosas importantes. Esa simultaneidad de eventos trascendentes es estimulante. Hay que decidir. Y hay que estar dentro del encuadre y en el todo a la vez. Hay que estar tranquilo, respirar, relajarse y surfear. Pero toda esa concentración fue desbordada cuando Chile metió goles. Intentando no perder el encuadre ni el foco, Manolo y yo gritamos como un hincha más. Realmente imposible no hacerlo. Chile clasificaba al mundial después de 12 años y éramos testigos en primera línea. Echamos a perder el registro de sonido de las tomas. Euforia colectiva en estado puro (editado del original, Ojos Rojos, 2010, documental).
Arnaldo propone que filmar es también juego y descaro. Qué gran pensamiento, que sencilla y brillante manera de expresar en qué consiste la dirección de fotografía. Su texto es el siguiente:
Recién terminaba de estudiar cine y partimos con Christian, Pamela y Matías a Tierra del Fuego. La idea era lograr material con la textura del archivo y, por otra parte, un registro que fuera observación o interacción, subjetividad en el punto de vista, pero siempre con densidad y grano. Teníamos guión técnico e infinidad de cosas que hacer: forzados de película, sobreexposición, animaciones, time lapses, distorsiones con vaselina en los filtros, filtros rojos y amarillos para el contraste, vasos de vidrio frente al lente, etc. Nos llevamos una cámara Bolex 16mm con motor y chasis de 400 pies incluidos, bobinas y latas de películas de color y blanco y negro de diferente emulsión. Arriba de una avioneta Twin Otter, habiendo pasado la cruz que señala el fin del continente, caí en la cuenta del riesgo que significaba que un novato como yo estuviese subexponiendo un negativo blanco y negro 7222 casi 3 puntos para su posterior sobrerevelado en laboratorio, con un filtro rojo pegado en el lente. Había pedido que le sacaran la puerta a la avioneta y me encomendé a mi spot meter midiendo la reflectancia del cielo patagónico como mi único salvavidas. En ese momento fundacional fijé que el filmar es también juego y descaro (editado del original, Yikwa ni selk´nam, 2002, documental).
Solo por destacar una más de sus historias (que el registro completo está en Instagram de ACC para deleite de todos), es impresionante leer sobre la propuesta de no dejar de filmar hasta que la palabra y el cuerpo sucumba ante la fuerza de gravedad y solo quede el silencio:
En El edificio de los chilenos había muchísimo que explorar en un territorio donde abundaba el silencio. Las conversaciones las hacía cámara en mano, para reencuadrar libremente las acciones o reacciones de los personajes y de la directora. En una de esas conversaciones, Teo me pide cortar la cámara. No corto, continúo grabando. Fuera de campo, durante la misma toma, se escucha a Teo decir entre sollozos: “No es fácil, no es fácil, no es fácil. Esto me ha perseguido toda la vida”. El sonido en off cierra el significado de un todo. La película entera trata sobre traspasar el silencio, de ahondar en vacíos. Ese audio es relevante en la película, sintetiza una voz, una visión colectiva.
En ocasiones, antes de esta experiencia, no cortaba al final de las entrevistas por la eventualidad de capturar momentos espontáneos y honestos. Pero después de esta experiencia con Teo, incorporé mucho más conscientemente el no cortar la cámara (ni en documental ni en ficción) hasta que percibo que la palabra, el cuerpo y sus gestos sucumben ante una fuerza de gravedad, hasta que la tensión se desvanece, incluido el silencio (editado del original, El edificio de los chilenos, 2010, documental).
Pero al final, Arnaldo, quien se definió como “su anfitrión en este pandémico mes de junio”, pone las prioridades en lo importante: en volver a una buena vida, fraterna, en los abrazos de los rodajes y que se termine, como sea, el castigo a los más vulnerables. Se refiere a nosotros también.
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